jueves, 23 de septiembre de 2010

Suscribo las palabras de este tipo


El caballo blanco de Santiago

Explica la BBC que Anne Milton, subsecretaria de Estado para la Salud del Gobierno del Reino Unido, pide que, para describir a alguien con más peso o más volumen corporal del que sería conveniente, los trabajadores de la sanidad utilicen gordo en vez de obeso.

¿Por qué? Pues porque si a un gordo lo llamas gordo, deviene más consciente de su situación, y quizá, eso haga que asuma su parte de responsabilidad en el asunto. Por eso Anne Milton pide a los médicos y al resto de los profesionales de la salud que, cuando tengan delante a alguien cuyo problema sea la gordura, pues que se lo digan tal cual, sin buscar subterfugios o eufemismos que lo único que hacen es distanciarlos del problema. Si un médico le dice a alguien "usted está gordo" es más probable que intente poner remedio a la situación que si le dice "tiene usted sobrepeso". Puso un ejemplo: "Si me miro al espejo y pienso que estoy obesa, me preocupomenos que si pienso que estoy gorda".

Muchas personas de buena fe han puesto el grito en el cielo, porque creen que el uso de la palabra gordo estigmatiza y es peyorativo. Y es precisamente por eso -para ser buenos y no estigmatizar- que se crearon todos esos eufemismos que a la larga se han demostrado pirueltas sin mucho sentido. Un día los ciegos dejaron de ser ciegos, pero no porque hubiesen conseguido ver sino porque pasaron a ser invdentes. Los paralíticos dejaron de serlo para covertirse en inválidos y, luego, en minusválidos. Pero como minusválidos tampoco acaba de ser correcto (ningún calificativo lo es, en cuanto pasa a identificar con claridad aquello que define), ahora son discapacitados físicos, personas con movilidad reducida o personas con diversidad funcional, a escoger. Gordos, altos, cojos, bajos, delgados, mudos, calvos, sordos, cuatroojos... No hay grupo social que no considere ofensivo el término con el que, en principio, la lengua lo define. ¿Y la vejez, con sus ridículas personas de edad, segunda juventud, edad de oro...? Por no hablar del pútrio séniors, que es el colmo de la ridiculez.

Durante un cuarto de siglo Anne Milton trabajó como enfermera en el Servicio Nacional de Salud británico. Por eso sabe que sus antiguos compañeros prefieren los eufemismos. Es más fácil continuar unsándolos y no buscarse problemas que afrontar la realidad y volver a los tiempos clásicos, en que a un gordo se le llamaba gordo y punto. Pero claro, luego llegó el catecismo progre, a partir del cual te caía una reprimenda por llamar gordinflón a alguien. No podías llamarle gordinflón ni orondo, ni rollizo. Ni rechoncho. Ni fondón. Era incorrecto.

Y aún lo es, excepto en el Reino Unido, donde gracias a Anne Milton, llamar gordos a los gordos no sólo es admisible sino también lo más indicado para su saludo.

-Quim Monzó-

Magazine 19/09/10

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